The economic crisis caused by COVID-19 is affecting young people.
The economic crisis caused by COVID-19 is affecting young people. © Baleria Mena

En tiempos de crisis, los jóvenes cubanos pierden la esperanza

Toda una generación de incipientes emprendedores vive atrapada en la incertidumbre

IWPR

Institute for War & Peace Reporting
Thursday, 8 April, 2021

“Yo comparo 2020 con 2019, cuando igual me quejaba y pensaba que esto no podía ir a peor, y me doy cuenta cuánto ha cambiado todo”, dice Daniela, de 23 años, tatuadora desde hace seis. “Ya ni siquiera puedo pensar en cosas que para mí eran cotidianas, como comprar los materiales que necesito para trabajar. Siento que estoy parada en el tiempo”.

Su historia es la misma que tiene para contar toda una generación de jóvenes cubanos que se sienten atrapados por la incertidumbre. Se incorporaron al mundo laboral en la última década, en medio de promesas de reformas económicas y la esperanza de que la normalización de la relación con Estados Unidos durante la administración de Obama trajera más prosperidad.  

Muchos de estos jóvenes, cansados de los bajos salarios y la falta de perspectivas en los empleos estatales, eligieron salir adelante como emprendedores o trabajadores privados.

Pero a medida que las relaciones con Estados Unidos empeoraban durante la presidencia de Donald Trump y el país se adentraba en una grave crisis económica, las esperanzas de estos jóvenes comenzaron a menguar.

Entonces, llegó la pandemia. El turismo desapareció, los productos y servicios básicos empezaron a escasear y las autoridades lanzaron una serie de medidas económicas de choque, que devaluaron la moneda cubana.

El mundo de cubanas como Daniela se derrumbó.

Ella y otras jóvenes entrevistadas para este reportaje prefieren que no se utilicen sus nombres reales o se ofrezcan detalles biográficos que sirvan para identificarlas. Sus miedos van desde que las procesen penalmente hasta que no las dejen salir de

Cuba, aun cuando están diciendo algo que ya todos saben: que el país está en crisis.

Daniela recuperó su trabajo en octubre pasado, seis meses después de que saliera huyendo de La Habana para regresar a la casa de sus padres una mañana en que solo desayunó un mango, a falta de comida.

Ahora, de regreso en la  capital, tiene que lidiar con una escasez de alimentos, productos básicos y otra crisis más extrema: la falta de insumos para sus tatuajes y la ausencia de clientes. Y si ello no fuese suficiente, tiene que ingeniárselas para sobrevivir con una serie de medidas económicas que depreciaron el valor de sus ingresos y quintuplicaron sus gastos básicos. Todo de un día para otro. Literalmente. 

Los cuentapropistas y freelancers que apenas se están incorporando al trabajo esperan, como mínimo, mantener vivos sus proyectos y emprendimientos. Los que no, comienzan a desesperarse. El deseo de tener un trabajo estable y, como resultado, una vida estable, lleva a algunos a querer salir de Cuba lo antes posible. Otros esperan a que pase algo, sin tener muy claro qué. 

“Me es difícil mantener la esperanza todo el tiempo, me doy cuenta que no depende de mí, ni de mis ganas de salir adelante, ni de mis deseos de trabajar”, dice Daniela.  

Hace tres años, la tatuadora dejó la clientela que se había ganado en su provincia y vino a buscarse la vida en la capital. Allá le pagaban el equivalente a cinco dólares como mínimo por un tatuaje. En La Habana 25. Y si el cliente era extranjero, 35 o 50 dólares. 

En ese entonces, 2018, aún entraba con regularidad el turismo estadounidense que solventó los negocios locales, uno de los beneficios del restablecimiento de las relaciones entre ambos países.

Después de tocar puerta a puerta en un edificio del centro de la ciudad, Daniela encontró finalmente el apartamento en renta donde permanece hasta hoy. Llegó en un momento en que los alquileres a cubanos estaban más caros por la creciente demanda, impulsada por los jóvenes que lograron insertarse en la nueva dinámica laboral en la hostelería, la tecnología y la comunicación. Jóvenes, como Daniela, que creyeron en la posibilidad de prosperar en este país. 

“Nuestros ingresos nos permitían ahorrar, hacer cosas”, dice Adriana, otra muchacha de 30 años que antes de la pandemia administraba cinco casas de renta en La Habana a turistas por Airbnb. “Nosotros, malo que bueno, siempre podíamos sacar un ‘todo incluido’ al año (un hotel en alguno de los polos turísticos del país), comprar los equipos electrodomésticos, que son caros. Siempre teníamos cervecita o vino en la casa, y comida, comida buena. Mi esposo viajó, nos compramos una moto. Teníamos una calidad de vida, que era un poquitico… vida”.

Con el desplome del turismo durante la cuarentena, Adriana entregó su licencia de trabajadora por cuenta propia, como hicieron cuatro de cada diez cuentapropistas: casi 250.000 personas. 

Sobrevivió vendiendo mercancía importada, algo que siempre ha hecho para buscarse un dinero extra. Comercializó en el mercado informal varios productos que tenía almacenados: pasta dental, tinte para el cabello y muchísima keratina, un químico para alisar el cabello. 

Como eran artículos directamente comprados a “mulas” mayoristas (personas que viajan al exterior y traen en sus maletas bienes que escasean o no existen en el mercado formal cubano), pudo venderlos a buenos precios.  

La tranquilidad de esa entrada de dinero le duró un par de meses, hasta que el gobierno arremetió con multas y sanciones penales ―trabajo correccional y privación de libertad incluidas― contra los vendedores del sector informal. 

“Me daba miedo, claro, que nos cogieran con la mochila llena de cosas haciendo el (servicio de) domicilio, o que se nos tiraran en la casa y encontraran aunque sea una maletincito con cuatro cosas”, dijo Daniela. “Pero más miedo me daba tener el refrigerador vacío”. 

Los cuentapropistas que mantuvieron sus licencias apenas pueden trazar una estrategia para sus negocios a largo plazo. A pesar de las recientes reformas anunciadas para ampliar el trabajo privado, este colectivo sigue enfrentando grandes obstáculos. 

Los bancos cubanos apenas les otorgan préstamos y tienen prohibido asociarse con inversores extranjeros. El mercado mayorista para cuentapropistas es aún incipiente y sólo está orientado a los negocios de restauración.  

Ahora, con apenas vuelos y la posibilidad de entrar a otros países limitada por las medidas sanitarias, tienen más dificultades que nunca para traer productos del extranjero o comprarlos a las “mulas”.

Daniela asegura que apenas encuentra insumos y estos son mucho más caros. Una aguja para tatuar antes de la pandemia costaba 12 pesos cubanos, ahora 50. 

Aunque recientemente el gobierno autorizó a los cuentapropistas a importar insumos para sus negocios a través de una empresa estatal, deben hacerlo pagando dólares. 

Esto es un problema porque los pequeños empresarios como Daniela, que solo están autorizados la comercializar sus productos en pesos cubanos y se ven forzados a comprar dólares en el mercado negro, a veces, a precios desorbitados. 

A todo esto, se suma el hecho de que está cayendo el consumo, lo que dificulta encontrar clientes. 

“El dinero que tiene la gente es para el detergente o la comida”, dice Daniela, que ahora trabaja menos de la mitad de lo que trabajaba antes. “Los que se tatúan es casi siempre porque les mandan dinero de afuera”. 

Adriana, su esposo y su hijo viven prácticamente de las remesas en estos momentos. El negocio de las “mulas” está medio quebrado entre las restricciones de viaje y la carestía de los dólares en el mercado informal. Nunca antes, en varios años de casados, habían dependido de sus padres o de las ayudas de hermanos que decidieron irse del país. Cualquier trabajo que caiga es bienvenido. 

“Yo no te puedo explicar, mija, yo voy a hacer lo que sea que le dé comida a mis hijos”, dice refiriéndose a unos cuantos perros y gatos que completan la familia.

Ahora pone toda su fe en que el presidente Joe Biden reanude la concesión de visados de reunificación familiar en la embajada estadounidense de La Habana. Este tipo de servicios llevan en suspendidos en Cuba desde 2017, cuando la administración de Donald Trump decidió reducir al mínimo el personal consular tras los llamados ataques sónicos. La obtención de una visa de reunificación familiar, aunque puede demorarse años, es la vía en la que muchos cubanos ponen sus esperanzas de migrar.  

“Hay que salir huyendo de esto antes de que te coma viva”, dice Daniela, que nunca ha salido de Cuba, y no sabe cómo hacerlo o adónde ir. “Aquí no puedo mirar más allá de ‘dónde encuentro esto’, ‘me hace falta aquello’, y así se te va la vida. Y yo solo tengo una, con muchos deseos de sentirme segura y poder decir lo que pienso, de crecer con mi trabajo y vivir de eso”. 

* El autor del reportaje pidió que su nombre no fuera publicado por temor a represalias de la Seguridad del Estado cubano en su contra. 

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