Los cubanos a los que la pandemia dejó sin cirugías

A pesar de la propaganda oficial sobre la fortaleza del sistema sanitario cubano, la presión generada por el covid-19 está privando a ciudadanos de atención sanitaria.

Los cubanos a los que la pandemia dejó sin cirugías

A pesar de la propaganda oficial sobre la fortaleza del sistema sanitario cubano, la presión generada por el covid-19 está privando a ciudadanos de atención sanitaria.

University Hospital Lenin in Holguín, Cuba.
University Hospital Lenin in Holguín, Cuba. © Fernando Donate
Policlinico Rene Avila, a community health centre in Holguín, Cuba.
Policlinico Rene Avila, a community health centre in Holguín, Cuba. © Fernando Donate

HOLGUÍN, Cuba. - A finales de febrero, Sara, una joven madre soltera que trabaja como dependienta en una cafetería de Holguín, sintió que ya no aguantaba más. Sufría un dolor intenso en la parte inferior del abdomen desde hacía semanas y llevaba dos meses sin menstruar.

A pesar del riesgo que implicaba acercarse a un hospital en medio de la peor ola de la pandemia de covid-19 que ha vivido esta provincia del oriente de Cuba, la joven se presentó en el cuerpo de guardia del Clínico Quirúrgico Lucía Iñíguez.

Al inicio, sintió extrañeza y confusión pero después de un examen, una médica le precisó el origen de su dolor: un quiste enorme, de casi 8 centímetros en el ovario izquierdo que necesitaba ser operado.

Pero había un problema. “La doctora me dijo que ese tipo de cirugía estaba detenida por el coronavirus”, dijo Sara, quien pidió ser identificada con un nombre ficticio por temor a represalias. “Solamente se estaban realizando operaciones por casos de oncología y urgencias: si llega un dolor de apéndice o algo similar”.

Solamente, dice que le explicaron, la intervendrían en caso de que el quiste reventara o si el funcionamiento del ovario se viera seriamente afectado.

Esperar a que se dé una de estas circunstancias puede aumentar el riesgo de infección o, incluso, de pérdida del ovario, según la médica que la atendió, a quien no quiso identificar para evitar perjudicar su situación laboral.

“Le dije a la doctora que era ilógico esperar que reventara el quiste para después operarme. Pero ella respondió que eso era lo establecido”, comentó Sara.

Desde que hace un año Cuba comenzó a tomar medidas de emergencia para priorizar la atención de la pandemia frente a otros problemas de salud, situaciones como la vivida por Sara se han repetido.

Aunque las autoridades del país suelen presumir de su capacidad de contener la enfermedad y desarrollar hasta cinco candidatos vacunales diferentes para prevenirla, con frecuencia pasan por alto el precio que están pagando los cubanos que no se han infectado con covid-19, pero que sufren padecimientos cuya atención está siendo relegada.    

En Holguín, según confirmaron varias fuentes del sector de la salud, las cirugías que no se considerasen de urgencia estuvieron suspendidas entre abril y julio del año pasado para que los recursos del sistema sanitario pudiesen destinarse exclusivamente a combatir la pandemia.

Las operaciones no urgentes se restablecieron a medida que el país comenzó la desescalada en julio, pero a finales de 2020, cuando la enfermedad resurgió con más fuerza que nunca en el país, fueron canceladas de nuevo. 

Desde entonces, cada vez que personas en la situación de Sara acuden a hospitales o a consultas de especialidades en sus policlínicos, se enfrentan a la imposibilidad de operarse si su caso no es considerado de urgencia.

Después de acudir al cuerpo de guardia, Sara tuvo que volver a su casa, con una receta de medicamentos para el dolor y el consejo de no moverse mucho o hacer esfuerzos para evitar afectar al quiste.

Para ella, cumplir con la última recomendación es complicado.

“Soy madre de un niño de seis años y vivo con mi madre de 70 años”, explicó. “Tendremos que depender de la ayuda de los vecinos; trataré de cuidarme y rezar para que Dios me proteja y comiencen las cirugías lo más pronto posible”.

Ni cirugías ni medicamentos

Este problema no es exclusivo de Cuba. Desde que estalló la pandemia, en muchos países del mundo ocurre lo mismo: citas que se cancelan para reducir la afluencia a centros de salud, cirugías que se posponen para dejar camas libres a los enfermos de covid-19, o personas que dejan de acudir a los hospitales por temor a contagiarse del coronavirus.

Esto explica, en parte, por qué algunos países han registrado un número de fallecimientos inusualmente alto en el último año. Es lo que se ha llamado “exceso de mortalidad”, que es atribuido a casos no contabilizados de covid-19, pero también responde a que más gente está muriendo de enfermedades comunes que no fueron tratadas a tiempo o que se agravaron por falta de atención.

En México, por ejemplo, entre inicios de mayo y mediados de septiembre de 2020, todos las semanas se reportó un 50 por ciento más de fallecimientos que los registrados la misma semana del año anterior, según cifras oficiales.

Cuba no ha publicado datos que permitan realizar este tipo de cálculos todavía. Los datos generales de mortalidad de 2020, en teoría, deben ser publicados en mayo de 2021, aunque no hay certeza de que esto vaya a ocurrir pues los datos de mortalidad por enfermedades respiratorias, que están disponibles desde enero o febrero, aún no han sido divulgados. Las últimas estadísticas de mortalidad publicadas son de 2019.

Sin embargo, lo que sí ya es palpable es que la suspensión de todas las cirugías que no se consideran de emergencia en lugares como Holguín, está provocando que más personas se vean forzadas a aguantar indefinidamente dolores, malestar o la angustia de saber que solo serán atendidas en el que caso de que su vida corra peligro.

Esto es especialmente importante para un país cuyas autoridades exaltan, de manera constante, que la salud universal y gratuita está garantizada para todos, y suelen alabar la fortaleza de su sistema sanitario, que se basa en la atención primaria, la prevención y el seguimiento constante a los pacientes.

Ahora, no solo se está negando atención a algunas personas, sino que se está relegando su tratamiento hasta que la enfermedad sea más grave y, por tanto, más difícil y cara de tratar.

Además, la suspensión de las intervenciones está ocurriendo en un momento de grave crisis económica y escasez de medicamentos, lo que complica más la situación de los pacientes.  

Para mitigar el dolor y la inflamación, a Sara le recetaron dipirona e ibuprofeno, dos medicamentos de uso muy común que, sin embargo, actualmente no se encuentran en las farmacias. Para conseguir los fármacos tuvo que recurrir al mercado negro. Pagó 100 y 130 pesos, respectivamente, por cada frasco, entre 4 y 5 dólares. El dinero lo obtuvo vendiendo su propia ropa, según dijo.

“Pagué los medicamentos ilegalmente porque no tenía otra opción”, dijo Sara. “No sé qué haré cuando se agoten”.

Sin consuelo

Un dolor incontrolable hace llorar a Kirenia, una técnica de contabilidad de 50 años que vive en la ciudad de Holguín y que también pidió ser identificada con un nombre ficticio por temor a represalias.

Los quejidos de Kirenia se repiten, pero ella no encuentra consuelo. Padece de cólicos nefríticos, uno de los dolores más intensos que existen. Pero Kirenia, por el momento, no tiene más opción que aguantar. La cirugía para eliminar los cálculos en el riñón que le provocan los cólicos también están suspendidas.

El problema no es nuevo. Los cálculos le fueron diagnosticados por un urólogo hace cinco años y, desde entonces, le recomendaron que se sometiera a una intervención para eliminarlos. Pero solo le ofrecían la opción de ser intervenida en el Hospital General Juan Bruno Zayas Alfonso de Santiago de Cuba, a 125 kilómetros de Holguín.

Esto era un problema para ella porque no tenía a nadie con quién dejar a sus dos hijos pequeños.

Mientras la cirugía se postergaba, el cálculo creció hasta un centímetro, un tamaño que le obstruye el tracto urinario y dificulta el flujo de la orina.

En diciembre pasado, Kirenia fue sometida a un ultrasonido y un facultativo le pronóstico la pérdida del riñón y otras complicaciones si no se operaba.

Ahora sí tendría que operarse, pero de nuevo había problema: su caso aún no era considerado de urgencia y por tanto no le asignaban espacio para la intervención por las disposiciones de emergencia provocadas por la pandemia.

Desde entonces, Kirenia espera y se centra en conseguir los medicamentos necesarios para aliviar su situación, una labor ardua, dado que o bien no los encuentra en las farmacias o bien solo los puede comprar en el mercado informal a precios elevados. 

La infección de orina que sufre, por ejemplo, se combate con un antibiótico común: la ceftriaxona.

“El doctor me dijo que tenía que iniciar un ciclo con 15 bulbos, pero todavía no he podido comenzar el tratamiento porque ese antibiótico escasea y en la calle cada bulbo cuesta 150 pesos que yo no puedo pagar”, dijo Kirenia.

Con fármacos contra el dolor renal como el avafortán o diclofenaco sucede algo similar. Kirenia aseguró que solo ha podido encontrarlos a 250 pesos el bulbo en el mercado informal, un precio desorbitado para ella, que gana 2.300 pesos mensuales. 

Solo pudo adquirir cinco bulbos de cada medicamento gracias al dinero que reunieron familiares. Los tomó durante enero, pero ya se le agotaron.

Desde entonces, como están haciendo otros cubanos en situación similar, recurre a remedios naturales. Kirenia explicó que toma un brebaje que le recomendaron elaborado a base de plantas: raíz de uña de gato, raíz de cateicillo, un pedazo de yagua verde y ñame de basarillo. 

Ahora, en su refrigerador siempre guarda este preparado. Lo toma cada vez que tiene sed, aunque el brebaje no evitó que a comienzos de mayo volviera a sufrir los dolores de un cólico.

Costo del esfuerzo

Desde que comenzó la pandemia, las autoridades cubanas se han esforzado por transmitir una imagen de control y seguridad como fortaleza de su sistema de salud.

Se destinaron hospitales enteros exclusivamente para atender a pacientes de covid-19. Diferentes edificios públicos por todo el país fueron convertidos en centros de aislamiento. Personal médico fue enviado al extranjero a combatir la pandemia para generar ingresos para el país y mostrar que aún en una emergencia sanitaria mundial, Cuba disponía de médicos suficientes para exportar.

A pesar de la carencia de divisas para importar insumos, no se dejaron de destinar recursos para hacer miles de pruebas PCR: más de 20.000 diarias en las últimas semanas.

Además, se están desarrollando dos estudios de fase III de candidatos vacunales contra el coronavirus en los que están participando alrededor de 80.000 personas. Esto supone fabricar miles de dosis de las vacunas y emplear valiosos recursos en hacer test continuos y dar seguimiento exhaustivo a los integrantes de los estudios.

Todo este esfuerzo está siendo constantemente exaltado por la propaganda oficial, que está utilizando la pandemia para mostrar las fortalezas del sistema de salud cubano.

Pero muchos pacientes que no se han visto afectados por la pandemia están pagando el costo del combate al coronavirus. Desde su punto de vista, cada recurso que se destina al covid-19 se deja de invertir en ellos.

Esto implica menos quirófanos funcionando, más farmacias desabastecidas y un aumento de la percepción de que la población está siendo abandonada a su suerte.

Hace tres años, Marcos Ramírez, un cubano de 56 años de Holguín que está en trámites para jubilarse, se sometió a una cirugía para reparar las válvulas que controlan el flujo de sangre a través de las cámaras del corazón.

Desde entonces tiene que tratarse con espironolactona, un diurético para evitar la insuficiencia cardiaca, y furosemida, que elimina el exceso de líquido retenido en los tejidos corporales causado por la dificultad del corazón.

Ramírez dijo que desde el comienzo de la pandemia la espironolactona no le ha faltado porque la compra en el mercado informal a 100 pesos la caja.

En cambio, con la furosemida no ha tenido la misma suerte porque este es un medicamento que no aparece “ni en los centros espirituales”, según comentó, utilizando una expresión popular cubana.

“Cuando me faltan los medicamentos no me puedo desesperar porque entonces el remedio es peor que la enfermedad”, dijo. “Deprimirme por la preocupación me afecta, esto me lleva a tomar pastillas antidepresivas, pero también escasean. Ya los revendedores de pastillas me conocen y saben que cuando les caigan los medicamentos tienen que traérmelos porque yo seguro se los compro, de eso depende mi salud”.

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