Medidas del gobierno para garantizar alimentación en Santa Clara propician desabastecimiento

Con el arribo de la pandemia del Covid-19, el gobierno cubano restringió la venta particular de alimentos para evitar su acaparamiento. Pero la medida provocó un desabastecimiento generalizado en Santa Clara

Medidas del gobierno para garantizar alimentación en Santa Clara propician desabastecimiento

Con el arribo de la pandemia del Covid-19, el gobierno cubano restringió la venta particular de alimentos para evitar su acaparamiento. Pero la medida provocó un desabastecimiento generalizado en Santa Clara

SANTA CLARA, Cuba — Al mediodía del pasado lunes 25 de abril, Magdalena le pidió a Guillermo que prendiera el televisor Panda, de fabricación china, y le subiera el volumen para ver la emisión del noticiero nacional de corte oficialista. Estaba ansiosa y quería saber qué estaba pasando en Cuba con el contagio del coronavirus.

“Pon el televisor Pipo, y súbeme el volumen para oír desde aquí”, le dijo la mujer desde la habitación donde tiene la cama y trabaja en su máquina de coser Singer. 

A sus casi 68 años, Magdalena no escucha bien y se comunica a los gritos con su esposo. Como muchos, esta pareja, que no recibe remesas del extranjero de familiares, vivía al día con el dinero que Guillermo lograba como vigilante, su pensión y el dinero que ella lograba cosiendo ropa especialmente durante la temporada escolar.

Pero hace más de un mes, Guillermo dejó de trabajar cuidando tres noches a la semana un almacén de víveres estatal porque las autoridades suspendieron el transporte público y Guillermo dijo que le resultaba imposible caminar ocho kilómetros diarios hasta el almacén y de regreso a casa. Dice que su contrato era por seis meses.

A sus 63 años, también decidió confinarse en su casa y reducir su exposición al contagio del Covid-19, que se ensaña con los más viejos en una provincia que tiene la cuarta parte de los mayores de 60 años del país.

A la fecha, además, la provincia de Villa Clara es la segunda del país con más contagiados y fallecidos por el virus, seguida de La Habana, y la tercera con más casos por cada 100,000 habitantes, sólo aventajada por la Isla de la Juventud y la capital cubana.

El 16 de abril las autoridades reportaron que Santa Clara fue el epicentro de lo que denominaron el mayor evento de trasmisión local del virus registrado al momento: al menos 43 ancianos y 14 trabajadores en un hogar de cuidado.

El contagio ocurrió por “una grieta en la seguridad epidemiológica”, dijo Neil Reyes Miranda, Director de Higiene y Epidemiología de la provincia y responsabilizó a un médico y una enfermera por la propagación del virus en el lugar.

Magdalena y Guillermo deben conformarse con un dólar al día, producto de la pensión de 24 dólares mensuales que él recibe, luego de jubilarse como pequeño agricultor, y el dinero que Magdalena ahora consigue vendiendo los nasobucos (tapabocas) que fabrica en su máquina de coser con sábanas viejas de su casa y ropas en desuso.

“Al día hago más de veinte”, dijo la mujer que junto con Guillermo solicitaron que su identidad quedara en el anonimato por temor a chismes y cotilleos. “La gente viene a comprarlos. Yo no soy carera, los doy a tres o cinco pesos en dependencia del tamaño y la tela (…) además del gasto de hilo”.

El confinamiento ordenado por el gobierno para contener la pandemia hizo que la situación de la pareja se replicara en la provincia tras la desaparición del turismo, su principal fuente de ingresos, que ha afectado no solo a los cuentapropistas, hosteleros, dueños de restaurantes y bares, sino a quiénes empleaban o vivían del arribo de turistas.

Para evitar que los alimentos escasearan, el gobierno restringió su venta en el mercado para evitar el acaparamiento por parte de revendedores.

Pero en Santa Clara, la medida no logró su propósito porque escasean los productos de la canasta básica en el mercado regulado. Hoy, conseguir un plato de comida en Santa Clara, es una labor titánica, dijeron pobladores entrevistados.

Un huevo para dos

Productos como el pollo, azúcar, huevos o arroz, que antes de la medida, se adquirían sin restricciones, ahora solo se compran a través de la libreta, que regula la cantidad de productos vendidos por persona. Algunos alimentos se ofrecen sin el habitual subsidio.

La medida debía estar acompañada de un aumento en la disponibilidad de los productos a la venta en los comercios por divisa, pero en Santa Clara se encuentran desprovistos de cárnicos o granos que aseguren un plato de comida cuando se agoten los entregados por el estado cada mes con subsidio, como el arroz o las pastas alimenticias.

De arroz solo se está vendiendo una cantidad máxima de siete libras cada 30 días por persona en Santa Clara. A las cinco libras habituales subsidiadas sólo se añadieron dos más a la libreta a un precio de 90 centavos en moneda nacional (una fracción de dólar).

En muchos hogares, esta cantidad sólo alcanza para llegar a mitad del mes. Lo mismo sucede con otros granos como frijoles o arvejas pues solo están vendiendo diez onzas por persona cada mes.

“Ya hace rato que se me acabó el arroz y lo sustituimos con puré de plátano burro”, dijo Magdalena con cierta vergüenza. “La mayoría de las veces compartimos un mismo huevo para los dos”.

La pareja dice que debe conformarse, muchas veces, con lo poco que encuentran y pueden pagar: alguna vianda hervida o un trozo de mortadela como plato principal.

La ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, anunció a finales de marzo que se permitiría la venta de una libra de pollo por persona y mes a través de la libreta a un precio no subsidiado de 20 pesos.

Sin embargo, en Santa Clara, más de un mes después, muchas tiendas aún no han podido ponerlo a la venta por problemas en la distribución.

La propia directora de Comercio y Gastronomía de la provincia, Digna Morales, reconoció en una intervención televisiva que si no cuenta con la cantidad requerida de productos en los almacenes no está en sus manos distribuirlos por las bodegas al tiempo.

Algunos de los alimentos que sí han llegado, son de mala calidad. Tal es el caso del picadillo a base de soya y la mortadela (media libra per cabeza cada mes). A estos dos cárnicos se le suman seis huevos por persona al mes a quince centavos cada uno.

Hace poco, las autoridades anunciaron que se expenderían, por medio de la libreta de abastecimiento, algunos productos normados y subsidiados para mayores de 65 años pero no dijeron cuáles. Y a la fecha, los productos no han sido puestos en venta.

En las carnicerías de Santa Clara solamente han despachado una masa amorfa compuesta por vísceras de animales molidas al precio de seis pesos (un cuarto de dólar) por libra y una bolsa de yogurt de soya.

Una de las dependientas encargadas de la venta de dichos productos reveló que muchas familias se negaron a comprar esa masa cárnica por su aspecto “despreciable” y porque “se desconocen sus ingredientes” (ver foto).

“Es verdad que se está pasando necesidad, pero esta cosa huele un poco raro y tiene mal aspecto”, dijo la dependienta que no quiso revelar su identidad.

El gobierno cubano dijo en el programa Mesa Redonda del pasado 17 de abril que más de cuatro mil trabajadores sociales han ayudado a poblaciones vulnerables y que a la provincia de Villa Clara le han llevado alimento a su casa a más de siete mil ancianos.

Sin embargo, no  encontramos evidencia de que en Santa Clara la población vulnerable recibiera alimento y, ciertamente, no es el caso de Magdalena o Guillermo.

La ayuda de los que se fueron

Con la regulación del mercado, la única opción para comprar alimentos de manera libre quedó reducida a los vendedores ambulantes y, en mayor medida, a las tiendas de la red Cimex y las tiendas TRD Caribe, que venden productos importados en CUC, moneda equivalente al dólar, y que son operadas por las Fuerzas Armadas.

Pero, a partir de abril dejaron de vender aquellos productos que no estuvieran en las categorías de alimentos, aseo, higiene, limpieza, así como los productos para los recién nacidos y bebés, como pañales y biberones.

En Santa Clara, estas cadenas, sancionadas por las leyes de bloqueo de Estados Unidos, también enfrentan problemas de abastecimiento. En las últimas semanas, las vitrinas de estas tiendas solo exhiben algunos alimentos envasados o enlatados como mayonesa, aceitunas y conservas frutales.

Ninguno de estos productos resuelven el dilema actual del cubano para llevar a la mesa el plato tradicional consistente en arroz, frijoles y algún cárnico. Estos productos, además, alcanzan precios exorbitantes para cualquier salario promedio cubano: una lata de atún que cuesta más de 75 pesos (tres dólares), un kilo de jamón a seis CUC y un huevo a 45 centavos de CUC.

Esto ocurre debido a que el Ministerio de Finanzas y Precios, que regula los márgenes comerciales de todas las actividades en el país, les exige a estas tiendas tener unos beneficios muy altos, de manera que sirvan para que el estado recaude divisas  entre los cubanos que reciben dinero del exterior.

Un documento reciente publicado por la Oficina Económica y Comercial de España en Cuba, calcula que las tiendas de Cimex y TRD Caribe operan con unos márgenes comerciales de entre el 180 y el 240 por ciento de ganancia.   

Pero en ausencia de otros productos que comprar en pesos, estas tiendas se han convertido en la única solución para quiénes pueden permitirse adquirir alimentos en buena medida por recibir remesas.

Dos filas

Esto explica por qué, en el centro de Santa Clara, aún en confinamiento, se forman dos largas filas cada mañana. Una corresponde a la oficina de Western Union, donde se reciben las remesas, la otra en la tienda Praga, de la cadena Cimex del Ejército, donde se gastan lo recibido.

En estos días, la fila de Western Unión era tan larga que para alcanzar los primeros turnos era necesario amanecer en el lugar.

María de la Caridad Cueto, que pertenece al grupo de personas vulnerables al virus por padecer de diabetes y que no puede exponerse a contagiarse en las calles, se ha visto obligada a salir de la casa a recoger el dinero que le envía su sobrino para poder alimentarse.

Aunque ha venido dos veces a la sucursal de la empresa de remesas de Santa Clara, se ha ido sin cobrar los 120 CUC que le mandaron desde Miami debido a la cantidad de personas que desde temprano solicitan el servicio y se hacinan en el lugar. 

“Allá él trabaja mucho y nunca le pido nada, pero esta vez tuve que aceptárselo”, dijo Cueto mientras espera junto a otras treinta personas en fila para acceder a la oficina. “La primera vez estuve dos horas y nos dijeron que se había caído la conexión. Ayer vine también, pero me arrepentí porque había demasiada gente. Yo soy diabética y no puedo estar tanto tiempo, sin comer algo ni tomar agua”.

Maribel Santana, cocinera de 35 años y que perdió su empleo en un restaurante debido a la pandemia, sí consiguió cobrar su envío, pero no tuvo tanta suerte en la otra cola, la de la tienda Praga.

Recibió 75 CUC y volvió con el monto íntegro a su casa. “Vine a la tienda Praga y no había nada en las neveras”, dijo. “Solo latas de melocotón y otras cosas muy caras que no resuelven ni forman parte de un plato de comida. Chucherías, solo chucherías y de las más caras”.

Santana fue cocinera de varios negocios por cuenta propia de la ciudad. Con el cierre del restaurante en el que trabajaba quedó cesante y sin ningún ahorro para mantenerse en este tiempo porque lo que tenía lo invirtió en materiales para la reconstrucción de su casa. Pretendía ampliar una de las habitaciones para que su hija de once años tuviera mayor privacidad.

“La suerte es que me ayudan de afuera, pero el dinero es papel y el papel no se come”, dice Santana. “El cubano ha vivido siempre con hambre, con miedo a tener el refrigerador vacío, como pasaba en el período especial. Lo que me queda ahora guardado lo voy a comprar en harina de pan para hacer croquetas y venderlas crudas en mi barrio para ir sobreviviendo”.

Colas, ‘coleras’ y acaparamiento ilícito

Uno de los motivos que explica el desabastecimiento generalizado en las tiendas de Cimex, Praga o TRD Caribe es el incremento de los acaparadores y revendedores.

En una mañana de finales de abril y frente a la tienda de Cimex, ubicada en la carretera que conduce de Santa Clara a Sagua, se formó una fila de más de veinte personas justo a las ocho de la mañana.

Todos se conocían entre sí y forman parte de un oficio practicado en Cuba en momentos extremos de crisis o temporada ciclónica: el de las ‘coleras’ que, en su mayoría, eran mujeres que se dedicaban a la venta de ropa importada o fungían como vendedoras en merenderos particulares.

Una muchacha de poco menos de treinta años, que lidera el grupo, sostiene una libreta en la que va anotando los nombres de los presentes en la fila y les entrega un papelito con un número que determina “el orden de llegada”.

La dependienta de la tienda sale del establecimiento para explicarle a la multitud que allí no han descargado nada, “ni aceite, ni pollo, ni puré de tomate, ni jabón”. A voces, le pide al tumulto que se disipe y amenaza con llamar a la policía, que no se ha reportado en el lugar durante horas.

La joven que reparte los turnos está ejerciendo un oficio ilegal y le puede costar una multa de tres mil pesos y la misma cárcel. Pero, al parecer, no teme a la policía.

Tampoco tiene trabajo y se dedica a organizar colas en los mercados aledaños a su zona de residencia. Por su tranquilidad, no ofrece entrevistas grabadas, ni su nombre, pero sí accede a explicar el procedimiento de su “negocio”.

Dice que cuando algún camión cargado de mercancía se acerca a una tienda de Cimex o TRD Caribe, las ‘coleras’ avisan a sus contactos y amigos para que se dirijan al lugar con varios de los integrantes de su núcleo familiar a hacer cola.

Los productos más buscados suelen ser el aceite vegetal de cocina, el detergente y los paquetes de pollo congelado.

“Las anotaciones se realizan el día anterior, en dependencia del producto, porque siempre una se entera de lo que va a entrar ese día”, dice la mujer. “Aunque veas a una sola persona, siempre vienen cinco más detrás, porque les marcamos los turnos a nuestra gente”.

La mayoría de quienes alcanzan los primeros números en dichas filas se dedican al acaparamiento y la reventa de productos e, incluso, se anuncian en grupos públicos de redes sociales y proponen su entrega a domicilio a precios muy altos.

Para proteger su identidad, muchos recurren a perfiles falsos en Facebook y, tras un pedido confiable, llevan los productos a las viviendas de Santa Clara. Generalmente, piden que se les ordene mediante Messenger y no suelen publicar su número telefónico.

Los números de la fila también pueden ser vendidos a usuarios que no forman parte del denominado sindicato de las ‘coleras’, en caso de que les sobren o que alguna de esas amistades no logre llegar a tiempo al lugar.

De acuerdo con el propio testimonio de otra de estas mujeres, ofrecido en anonimato por las mismas razones, el pertenecer al sexo femenino las hace menos vulnerables ante las fuerzas policiales.

“Ningún policía se mete en esto porque si nos dan un golpe mal dado, se les forma tremendo rollo”, dijo la mujer que se siente protegida por las demás personas en el lugar. En caso de que pueda ser agredida, los presentes pueden filmar y tomar fotos contra la supuesta injusticia de llevarla prisionera.

En recientes intervenciones, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel hizo un llamado a actuar con severidad contra las actividades ilícitas de reventa de productos. “Son personas que nos están complejizando la situación”, dijo.

Sin embargo, más allá de la denuncia y algunas detenciones publicitadas por los medios oficialistas, las autoridades no han tomado medidas efectivas para evitar la reventa. 

Solución fallida

De la misma forma que la venta de productos del mercado libre se ha concentrado en ciertas bodegas que venden productos normados, muchos cubanos no entienden el motivo real para que no se haga lo mismo con productos básicos que se venden las tiendas de Cimex o TRD Caribe, como el detergente, el pollo o el aceite vegetal, aunque sus precios sean en CUC.

Esto dificultaría el acaparamiento: dichos productos se venderían mediante la libreta y se llevaría control de lo que adquiere cada persona. Además, se reducirían las colas, ya que las bodegas son más numerosas y están mejor distribuidas que las tiendas que venden en CUC.

Las autoridades, sin embargo, no han mencionado esta posibilidad, que afectaría una de las actividades más lucrativas del consorcio empresarial de las Fuerzas Armadas.

“Dicen que no alcanza para distribuirlo así (a través de las bodegas), pero yo te digo que sí alcanza”, dijo una gerente de una tienda de Cimex en Santa Clara que pide el anonimato para evitar represalias de sus jefes superiores .

“Lo que viene a mi tienda, si se distribuye en esta zona por las bodegas y carnicerías, estoy segura que alcanza para cada casa y se eliminan todos estos problemas. A veces, nosotras mismas no sabemos qué va a entrar a la tienda y ya hay gente afuera formando colas” agregó.

La solución de las autoridades, en cambio, ha sido promover la venta en línea, con la creación de la tienda electrónica tuenvio.cu, dónde se venden los productos de las tiendas de Cimex y TRD Caribe.

Pero esta medida también ha sido una fuente de problemas. Las redes sociales se han llenado de comentarios acerca de las dificultades de todo tipo que han padecido los cubanos para usar esta página web, que colapsó al primer día de estar en marcha.

La prensa oficial ha reconocido que la plataforma presenta congestiones en el servicio por el incremento del tráfico en la página, ya que no estaba preparada la alta demanda del servicio.

El diario Granma aclaró en una nota reciente que Cimex devolvería el dinero descontado por errores del sistema a los usuarios afectados, como respuesta a diversas quejas de clientes a los que les faltaban productos en el envío o se les hacían extracciones erróneas a su cuenta bancaria.

Lo que pudiera parecer una alternativa viable ha provocado, además, el cierre de algunas de las tiendas principales de Cimex o TRD Caribe, que ahora sirven como almacén de los productos que se venden en línea.

Esto no ha escapado a la atención de los santaclareños que circulan en las arterias céntricas de la ciudad. A través de los cristales de las vidrieras de las tiendas pueden observarse grandes pacas de los productos ausentes de las dos otras tiendas que aún quedan abiertas.

“Esto es abuso. Uno se siente como un niño mirando lo que no puedes comprar”, dijo un hombre mayor que regresó esa tarde a casa con las manos vacías.

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